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domingo, 6 de noviembre de 2011

Biotecnología: Una Revolución Silenciosa (parte 1)

La biotecnología abarca mucho de lo que algunos consideran literalmente consideran como pecados, desde la fabricación de cerveza -una de las formas más antiguas de biotecnología- hasta la investigación de células madre. Pero más allá de los asuntos éticos y de preocupación pública -que por ciento son claves para el desarrollo de la industria- ello también contiene una multitud de promesas, incluyendo un mejor tratamiento de las enfermedades, rendimientos agrícolas más altos y un medio ambiente más limpio. Sin duda alguna, para Chile, que tiene una economía impulsada por las exportaciones de recursos naturales, la biotecnología es crucial. Tal como lo reconoce la Política Nacional para el Desarrollo de la Biotecnología del gobierno nacional, es improbable que Chile mantenga su competitividad en sectores tales como el minero, forestal, acuicultura y agrícola, a menos que aproveche la biotecnología de acuerdo a sus necesidades. Pero ello requiere investigación y desarrollo (I + D), un área en la cual Chile ha venido estando con los pies a la rastra. 


Según el Informe de Comercio Mundial 2004, publicado por la Organización Mundial de Comercio, Chile gastó sólo el 0,5% del PIB en I + D, el año 2000, estando alineado con Brasil y México y por supuesto con India, pero bastante por debajo de Singapur (1,9%), de Estados Unidos (2,8%) y de Finlandia (3,4%). Pero las comparaciones internacionales de competitividad, tal como la publicada recientemente por el Instituto de Administración del Desarrollo (en inglés Institute of Management Development) con sede en Suiza, regularmente identifica el I + D como una de las debilidades chilenas. Más aún, la biotecnología representa solo una fracción del gasto chileno en I + D y por ello no es sorprendente, en consecuencia, que la industria todavía sea tan pequeña. La Asociación Chilena de Compañías de Biotecnología, tiene sólo 16 miembros, quienes de acuerdo a su presidente, Alfredo De Ioannes, informan ventas anuales combinadas de aproximadamente USD 7 millones. En comparación, EE.UU. tienen un estimado de 1.500 compañías de biotecnología, con ventas anuales para el año 2003, de alrededor de USD 39 billones, o sea, más de un tercio del PIB chileno.


“La biotecnología aún es una actividad incipiente en Chile,” admite De Ioannes. Pero las compañías que pertenecen a la Asociación -principalmente pequeñas firmas formadas como resultado de la investigación universitaria en biotecnología médica- son sólo parte de la historia. Diversas otras iniciativas en biotecnología agrícola e industrial -excesivas, señalan los críticos, que argumentan en contra de la repartición demasiado insuficiente de recursos limitados- también están siendo desarrolladas en las universidades e institutos de investigación del país. El gobierno está deseoso de promover iniciativas de biotecnología que beneficien las exportaciones chilenas de recursos naturales, expresa Katia Trusich, jefe subrogante de programas de biotecnología de Innova Chile, el Programa de Desarrollo e Innovación Tecnológica de la Corporación de Fomento de Chile (CORFO). Al igual que CORFO, Innova Chile reúne a la Fundación para la Innovación Agraria (FIA) y a la Comisión Nacional de Investigación Científica y Tecnológica (CONICYT), en un esfuerzo por facilitar el acceso a fondos estatales, que estas instituciones administran y que juegan un importante papel en financiar proyectos de investigación biotecnológica. Además, las tres instituciones han lanzado recientemente un Programa de Consorcio, para incentivar a las compañías y organizaciones comerciales a unir fuerzas con las universidades e institutos de investigación, de manera de abordar problemas que afectan a una empresa determinada o área de actividad -tales como el área de salud, forestal o fruticultura- pero que serían demasiado riesgosos o costosos para que los actores los ejecutaran en forma individual. Existen fondos del gobierno disponibles para estos consorcios, pero por lo general, deben tener contribuciones equivalentes de la contraparte, ya sea en dinero o en especies. 

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